No es el caso con el ejemplo que ahora vamos a tratar, pero la idea de la serie sobre mis secuencias mágicas radica en destacar un hecho particular perteneciente a una secuencia de una película, que puede no te esté gustando en líneas generales, pero que en un instante te hace ver la luz por lo que se dice o lo que se ve. Es decir, a no todo el mundo le gustan las mismas películas, y en realidad algunas de las películas aquí comentadas no son de aquellas que uno pondría en los altares, pero si se recuerdan es por algo en concreto que nos llama la atención, instantes de cine en esencia, perteneciente a la memoria selectiva de cada uno. Así, a Gabriel, por ejemplo, hay un instante en ‘El retorno del rey’ que le marca, por lo que se dice o como se dice, y que para él, a pesar de que el conjunto de la película le aburre, significa un momento mágico, digno de mencionar. Cuando yo hablé de ‘Atlantic City’, lo hacía recordando una única secuencia, cuando la obra en conjunto es enorme, y no por lo que se veía, al contrario, por lo que no se veía, porque durante un momento en esa película pasábamos de ser espectadores a “voyeurs”, a sentir lo que podría llegar a suponer ver a un mujer limpiarse desnuda con un limón. Ambos llegamos a la misma conclusión por dos caminos diferentes, mágicos en ambos casos.
Entrando en ‘El Padrino II‘, que es de lo que va esta entrada, mi memoria selectiva sólo piensa en el final. En toda la última secuencia, sin duda, esos más de siete minutos donde vemos pasear a toda la familia, para terminar en la imagen de Michael Corleone solo, trágico destino del que no ha podido huir. La historia de Norteamérica, no es más que un tragedia de Shakespeare, la soledad del poder. Sobre todo de esto último. Mi memoria se fija justo después del sonido de un disparo, Michael Corleone sentado en una sillón y la cámara acercándose a su rostro.
Acaba de ocurrir algo por lo que siempre luchó su padre que no llegase a suceder, tener a la familia unida, y él se ha saltado esa regla, por no saber protegerla, por no ser capaz de amar. Ese final, durísimo, donde él ha dado la orden de matar a su hermano Fredo, es a lo que se agarra Coppola para explicar la tercera entrega, por el dolor que le acompaña a Michael desde que decide no perdonar una traición. El resquemor y la culpa que esa mirada perdida va a acompañar a Michael Corleone hasta que muera.
Se cuenta que en una ocasión Al Pacino estaba sentado en la butaca de un cine, viendo ‘La chica del adiós’, cuando escuchó la siguiente frase de la boca de la actriz Marsha Mason:
Nadie sabía quién era Al Pacino antes de ‘El Padrino’.
Entonces Al Pacino se levantó de su butaca y empezó a gritar:
Eres una mentirosa, Marsha. ¡Antes de El Padrino ya habías estado conmigo en una obra de teatro!
Aquí hay un contrasentido, para bien o para mal, Al Pacino será recordado por dar vida a Michael Corleone. La historia es así, era un desconocido hasta que Coppola apostó por él, por encima de los productores y de todo aquel que le llevase la contraria. ¿Por qué? Coppola tenía en la cabeza que pese a que otros se iban a llevar la gloria, el protagonista real era el hijo pequeño de la familia, y que su drama era interior, que debía ir desde la alegría de la inocencia de quien está al margen de los negocios, hasta la frialdad en la que cae el mismo personaje años más tarde.
Todo eso se lo daba Al Pacino, quien se adueña de Michael Corleone. Coppola, como íbamos diciendo, quiere contar la historia de una familia especial, cierto, pero a la par, la tragedia del hijo pequeño de Don Vito, de aquel en el que tenía puestas todas las esperanzas, alguien honrado frente a tanto mal. Ese silencio, esa mirada perdida, habla de la capacidad de un actor para ahorrar gestos. No hacen falta palabras, intuimos, a eso nos obligan, lo que pasa por la cabeza de Michael. Sabemos lo que ha pasado, pese a que Coppola evita que lo veamos, y eso que el director nos va dando las pistas. Fredo sabe que desde el beso de su hermano, es un muerto en vida, pero que sin su protección tampoco podría sobrevivir. Sin embargo, el final, pese a lo previsible del mismo, nos sacude con dureza. La realidad de la mafia.
Secuencia final ‘El Padrino, parte II’
Para Michael no existe el perdón a la traición, aunque se lleve el apellido Corleone. No hay termino medio, ni se ignoran los errores. Todo se paga, más, si se va contra lo que él dirige. El poder le aisla de todo, hasta de su mujer y sus hijos. La mirada perdida de Michael, es el recuerdo de una mesa llena de gente y recuerdos, que ahora se ha quedado vacía. Ese es su fallo, del que tampoco logra su propio perdón.
El final, como en las tres entregas, es una ópera de historias entremezcladas que se van cerrando. Heridas externas e internas, que confluyen en la reflexión de Michael. En su soledad y en su mirada a ninguna parte. Se acaba de convertir en todo lo que repudiaba su padre. Él mató, por proteger y dar un futuro a su familia. Al contrario que su padre, Michael por no dar signos de debilidad, aunque sacrifique la vida de aquel que es sangre de su sangre. Algo de eso debe estar pensando mientras la cámara se le acerca en la última imagen que vemos de ‘El Padrino II’. Sin saber lo que piensa, podemos intuirlo, eso es algo que Coppola nos regala. Sacar vuestras conclusiones, nos dice. Michael Corleone ahora es nuestro. ¿Qué pensamientos tendrá? Somos quienes debemos completar la obra. O eso era así, hasta que años después el propio director decidió ofrecernos lo que pasaba por la cabeza de Michael cuando tocó fondo. Soledad y reflexión en un único plano. Momento mágico. Cine para el recuerdo, parte del rompecabezas de nuestra memoria selectiva de aficionado al séptimo arte.
Banda sonora de ‘El padrino, parte II’
Foto | Cartelera 10