Esto no es fútbol: De Wimbledon, Federer y el «mago» Santoro

«Claro que a mí de chico me encantaba ganar, y hacía todo lo posible para ello, pero siempre desde el respeto, y el disfrute. Disfrutar aunque no siempre ganes. Nosotros no teníamos la ambición de ir a unos Juegos Olímpicos, porque no teníamos esta información. Yo no soñaba con ser ésta o aquella estrella, sino con parecer a mi hermano mayor, porque eso era lo que veía. Hoy lo más peligroso es que no es el niño el que sueña, sino el padre. A mí, mi padre no me contó lo que le había dicho mi primer entrenador («nunca he visto nada igual en waterpolo, tiene 12 años y ya sabe más que yo»), no me lo dijo hasta que fuí el waterpolista Estiarte», Manel Estiarte.

Es el torneo que muchos jugadores odian, por tener que jugar sobre hierba, pero que ninguno se quiere perder. Las palabras de Estiarte me hacen pensar en el torneo londinense, y allí, en Federer y en Fabrice Santoro. Ambos ejemplos para los jugadores jóvenes, a su manera, sobre todo el francés que ha jugado su último partido en Londres, y a quien el suizo admira, por lo que significa en este mundo del tenis tan industrializado.

Santoro ha entendido siempre un partido de tenis, como el juego del ratón y el gato. Él no disponía de las armas de sus jóvenes rivales, pero a base de golpes liftados y otras triquiñuelas, conseguía engatusar a sus rivales y al público. Los jugadores le pusieron el mote del “mago”, porque eso era lo que hacía en una pista de tenis, sacarse golpes de la chistera. Con Santoro nunca llegabas a ver golpes planos a la línea, no, lo suyo era el punto trabajado, buscando el arte con su raqueta como el cincel lo hacía sobre una roca. Bien ha hecho Federer en recordar su retirada. El homenaje rendido de la estrella. Se lo merece.

Lo del suizo en la central de Wimbledon, también es arte. No corre, flota. Ni golpea, al contrario, dibuja ángulos con su derecha. Va de puntillas, sin apenas despeinarse, sacando sus partidos con la facilidad de alguien que disfruta con lo que hace. En una semana de juego, el suizo da una sensación de superioridad que asusta, más, cuando no se atisba nadie en el horizonte que tan siquiera pueda hacerle frente. Va camino del récord de los 15 Grand Slam, de su sexto Wimbledon, de la historia. Correcto, pero verle jugar sobre la hierba de Londres es rendirse a la evidencia: pasen, vean y disfruten. Durante algunos puntos de sus partidos, estamos cerca de la perfección en una pista de tenis. Y él, sin negarlo, echando de menos a Nadal, al otro jugador, Santoro aparte, a quien admira. En el fondo, tributo a dos genios.

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