Esto no es fútbol: Tecnodopaje o el dilema de la FINA

Más rápido, más fuerte, más alto“, dice el lema de los JJ.OO. También se hace hincapié al fair play, a participar y competir antes que ganar. Pero en una sociedad tan dada a idolatrar la fama, lo único que compensa es la victoria y más en un escaparate con tanta repercusión como el de los JJ.OO. Sumemos otra variable: el marketing y la publicidad. Si la incluímos en la sociedad de la información en la que vivimos, lo único que interesa a cualquier directivo, y en el fondo al deportista, es que su deporte esté de alguna manera en los medios. Así aparecen los patrocinadores. La cuestión, en cambio, es a qué precio.

Si echamos la mente atrás, a Pekín y a la primera semana de competición, hubo un deporte que destacó por marcas y records mundiales. Ese fue la natación. En la piscina la gente se quedó asombrada por las marcas, que sin embargo, apuntaban a la nueva gama de bañadores, no a las nuevas técnicas utilizadas para repeler el efecto del oleaje causado por los nadadores, ni al estudio de la nueva forma de preparación de los deportistas, con técnicas que les habían hecho bajar sus marcas unas décimas, ni a la preparación física, ni a la depuración del estilo… todo miraba a los nuevos bañadores y a la palabra que se puso de moda: el tecnodopaje. Y de ahí a las dudas de las marcas.

Sin embargo, en un deporte apasionante, donde no hay lugar a engaño y siempre gana el mejor, y que vivió el momento más apasionante de los pasados juegos de Beijing (la final de los 100 mariposa), pero aburrido para el común de los espectadores, la vida de los deportistas exige mucho sacrificio, da poco resultado económico, a no ser que seas una estrella mundial en el mundo del deporte, y para destacar exige resultados, algo que sólo se puede medir en tiempo. Vales lo que nadas. El cómo, y dentro de la legalidad, depende del deportista.

A partir de aquí todo se disparó con el beneplácito de la FINA… (continuación en Sportyou).

Debate sobre la necesidad de una televisión pública

Ahora que el presidente Zapatero se propone instaurar una televisión pública sin publicidad, financiada mediante un canón a pagar por el resto de las televisiones privadas, recupero una entrada escrita en ¡Vaya Tele! hace tiempo que apuntaba hacia un debate sobre el sentido, en la sociedad actual española, de una televisión pública tal y como nos la dan hoy en día. Mi posición era clara y, con el paso de los meses, no ha cambiado lo más mínimo. A continuación os dejo con mi reflexión.

Propuso ya hace un tiempo Gonzalo Martín un debate sobre el sentido de la televisión pública en estos tiempos de Internet que vivimos. Mi postura es clara, a día de hoy, un no rotundo a la televisión pública. Tal y como está pensado el modelo de televisión pública en España, en clara competencia con el resto de televisiones en abierto en cuanto a programación no le veo sentido. La televisión pública debe primar la calidad por la cantidad, y más cuando vive en su mayor parte de las subvenciones. Si hace su trabajo a conciencia, mucho de los programas que prepare tendría su posible venta en el exterior, pero así no.

La virtud de los modelos de la BBC radica en que proponen un tipo de televisión que mima al espectador, y en cierta forma se debe al canon que pagan para financiar a este canal, y si no gusta tendrán quejas. Se emiten programas de interés público que no tendría cabida en otras televisiones, que no se deben más que a sus cuentas, pero que hacen lo que quieren porque son privadas en abierto. Ellas no se deben a la calidad del producto sino al nivel de audiencia. Con el paso de los años, uno ha comprobado que los mejores programas (y aquí no entra la variable audiencia), se han podido ver en los canales de pago, con los programas que uno esperaría ver en la televisión pública (documentales, cine clásico, programas culturales, de economía, reportajes, viajes, buenas series…), y en el caso de que hubiese algo que no gustase, al pagar el cliente estaba en su derecho a quejarse, hasta el punto de que si no le satisfacía renunciaba a seguir con el canal. De ahí el interés de mimar a sus clientes / audiencia.

En la televisión pública española, que curiosamente todos los españoles financiamos de manera encubierta, sin conciencia de hacerlo, y ante un modelo de televisión de pago no reconocido, de la que no podemos emitir ningún tipo de queja, ni amenazar con irnos sin pagar la cuota. Esa sensación de privacidad encubierta con el modelo de financiación aprobado, me hace ver que no tiene ningún tipo de sentido que siga existiendo TVE tal y como está pensada hoy en día.

Si se da más de lo mismo, y al mismo nivel que otros canales en cuanto a tipo de programación, el valor de servicio público de la televisión pública termina siendo un eufemismo. Y lo peor, es que en líneas generales, servicio público para muchos espectadores, es ver el fútbol en abierto, más allás de ser la voz del gobierno de turno. La idea, en realidad, no es esa. La virtud del archivo histórico de TVE es la posibilidad de acceder a él en Internet, y quizás ahí sí tenga sentido la validez de un modelo de televisión pública que respeta la razón por la que fue creada. Es decir, si existe la televisión pública de verdad, agradecería que alguien me lo dijese. De ahí mi negativa.

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Esto no es fútbol: Las 10.000 horas

Ese otro deporte no tan mediático también existe. Este fin de semana no sólo se jugaba la Copa Davis en España, también se estaba disputando el Campeonato de Europa de Atletismo en pista cubierta de Turín. Si unimos Europa y pista cubierta, a España le salían cuentas de posibles medallas, que al final es lo que atrae a quien no le gusta de verdad el deporte.

Pese a esa posibilidad de triunfos en perspectiva, al atletismo español le falta un Nadal que tire del carro. Una figura que atraiga audiencias como en Barcelona 92. Existe otro problema añadido: en España es imposible llenar un estadio, o pabellón si hablamos de pista cubierta, cuando se trata de una competición de atletismo. Uno ve por Eurosport o Canal + las cosas que se organizan en Europa central y siente envidia de los recintos llenos, del público aplaudiendo y animando. Lo mismo es cuestión del frío externo y del hecho de poder pasar calor viendo a gente correr y ejercitarse. Entiendo que es más cosa de cultura deportiva, con un fútbol que no llena y nubla las ilusiones de todos los niños. Sin embargo, ambos deportes, tenis y atletismo, van unidos por la teoría de las 10.000 horas, con la variable del dinero que mueve uno y otro deporte. Aunque, si eres una estrella en ambos deportes, ese matiz desaparece.

Las 10.000 horas significan el tiempo necesario de entrenamiento, o la experiencia acumulada en una actividad determinada, que una persona necesita para lograr destacar en algo. En este caso sería la base de entrenamiento, durante sus años jóvenes, de un deportista de élite para llegar a ésta. Pensemos por qué El Gerruj, Coe, Fermín Cacho, Bubka, Gebresalassie, Isinvayeba, Bekele, Nadal, Messi, Bolt o Phelps son tan grandes… (continuación en Sportyou).

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Esto no es fútbol: El regreso de Kurt Warner

La mentalidad de la sociedad americana, y en concreto la del deporte americano, vive de crear leyendas, de llevar a los altares a los deportistas que luchan contra su destino y logran el éxito. Me entero de la historia de Ken O’Brien, quarterback de la NFL en la década de los 80 y principios de los 90, que al inicio de su carrera era interceptado con bastante frecuencia en sus lanzamientos. Para tratar de atajar este problema, a un abogado listo del club se le ocurrio redactar una cláusula en el contrato de O’Brien, penalizándole cada vez que le interceptaran. ¿Qué sucedió después? Que ante tal grado de confianza demostrado por su club, O’Brien reaccionó de la manera que se podía esperar ante semejante incentivo, paró de lanzar el balón, y se dedicó a jugar a base de carreras. Evidentemente, no pasó de ser un nombre más en la lista de profesionales que jugaron en la NFL.

La SuperBowl XLIII es la del regreso del gran Kurt Warner. Sus últimos años de carrera tienen su imagen en lo que le ocurrió a nuestro O’Brien. Aquellos que un día le encumbraron y perdieron la confianza en él. Vuelven las historias que siempre le han acompañado para engrandecer su leyenda: aquel jugador profesional que no encontraba equipo y se tuvo que ganar la vida un año cargando cajas en un Wal-Mart. De nuevo la historia del jugador que en la temporada 1998 entró como tercer quarterback de los Saint Louis Rams y que en la temporada de 1999, con sólo un partido de experiencia, fue pieza clave en la temporada, hasta ser MVP de la liga con unos registros sorprendentes para alguien con tan poco nombre, y conquistar la Superbowl del 2000. El chico de provincias convertido en héroe. El ideal del sueño americano… (continuación en sportyou).

Esto no es fútbol: Príncipes de Asturias, reyes sin corona

Juntemos varias de mis pasiones: cine, literatura y deporte. Resulta que John Irving, afamado escritor norteamericano, publicó en 1985 una novela cuyo título fue ‘Las normas de la casa de la sidra‘. Lo curioso de la traducción recayó en el título que se le puso a la edición española: ‘Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra‘, por el grito que daban los niños huérfanos poco antes de dormir. Cuando, en el año 2000, Hollywood puso los ojos en la novela de John Irving, convenció al escritor para elaborar el guión -con bastantes enfrentamientos con varios de los directores que quisieron convertir en imágenes el texto de Irving- y a Michael Caine para ponerse al frente del reparto. La película fue un éxito y la editorial española en poder de su edición decidió cambiar el título de la novela por el original, Las normas de la casa de la sidra.

Hace pocas fechas, Rafa Nadal propuso el nombre de Roger Federer como candidato al Premio Príncipe de Asturias de los Deportes. Él entendía que, si hay alguien que se lo merece, es el suizo. A la opinión de Nadal se unieron tanto Fernando Alonso como Michael Schumacher, que comentaron la injusticia de no haberle premiado aún. Estos deportistas, en especial los dos españoles -premiados de forma prematura-, no eran conscientes de la situación en la que estaban colocando a los miembros del jurado que les había galardonado.

Volviendo a la novela de John Irving, los ‘príncipe de Asturias’ estaban señalando con el dedo a los reyes sin corona, e incluso hacían referencia de pasada a las normas de la casa de la sidra: esas salas de reflexión del Hotel Reconquista en Oviedo donde se discutían las opciones de los candidatos.

¿Por qué esta crítica velada al jurado? Simplemente a que éste nunca pensó en las consecuencias del fallo, sino en el resultado mediático que suponía la concesión del mismo a un deportista español. Las consecuencias reales de no ver más allá del ombligo… (continuación en sportyou).